28 de diciembre de 2017

Porcinos: la situación del sistema agroalimentario argentino

En 2016, el consumo de carne de cerdo ascendió a 13 kilos por habitante, ocho kilos más respecto de los niveles registrados hace 15 años atrás. Rubén Suárez, coordinador del Centro de Información de Actividades Porcinas, analiza la evolución y desafíos del sector.

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Columna de opinión por Rubén Suárez Coordinador del Centro de Información de Actividades Porcinas (CIAP)

En las últimas décadas, el consumo mundial de carnes creció a tasa sostenida, incentivado principalmente por los incrementos poblacionales y con significativos hitos como cuando la carne porcina superó a la bovina en 1978 o la aviar tomó el segundo lugar en 2001. Este año, según proyecciones de la FAO, la demanda mundial de carne de cerdo sería de 119 millones de toneladas, 117 la de pollo y 69 la de bovino.

Entre los hechos que impulsaron el consumo porcino, se destacan el aumento del costo del alimento de los animales, el crecimiento poblacional y los cambios en los hábitos de consumo. De igual modo, la evolución tecnológica en genética, alimentación y sanidad mejoró la productividad de los reproductores, la conversión alimentaria, la proporción de tejido magro y el rendimiento en faena. El resultado fue un producto más económico y saludable.

De acuerdo con el análisis del Centro de Información de Actividades Porcinas (CIAP), en la Argentina el sistema agroalimentario de carne porcina se desarrollaría –en gran medida– por las condiciones competitivas para la producción. En 2016, el consumo de carne bovina por habitante fue de 57 kilogramos, 37 el de aviar y 13 el de porcina, mientras que, 15 años atrás, las mismas variables rondaban los 59, 18 y 5 kilogramos, respectivamente.

En este período, el consumo total porcino se incrementó un 196 %, cubierto por una producción nacional que creció un 205 % y con importaciones que representaron entre el 25 y el 1 % del consumo anual. En tanto, los precios en carnicería pasaron a ser más bajos que los de carne bovina y dejaron de percibir variaciones.

Alentados esencialmente por los precios y la disponibilidad de carne fresca, aumentaron la cantidad de consumidores, la frecuencia y el volumen consumido, comportamientos sostenidos en períodos de crecimiento y de recesión económica. Por su parte, los productores se incrementaron, ampliaron el plantel de madres y mejoraron la productividad de los establecimientos. También la industria y el comercio progresaron, y el desarrollo dejó de tener la exclusividad en las provincias del viejo núcleo maicero.

Sin embargo, la expansión de la actividad porcina tiene significativas ineficiencias en los procesos de producción, industrialización, comercialización y consumo que, en ocasiones, suponen riesgos para la salud humana y generan daños ambientales.

En la Argentina, aún es posible lograr una mayor expansión del sistema agroalimentario porcino con más beneficio para toda la sociedad, si se continúa con el desarrollo del mercado interno a partir de la oferta de carnes más económicas, saludables y sanas y se avanza en el fortalecimiento del mercado externo.

En este contexto, es de vital importancia el rol de los estados nacionales, provinciales y municipales para implementar políticas que permitan alcanzar esos fines.

Desde nuestro Centro, entendemos como mejor futuro para el sistema agroalimentario porcino un desarrollo sustentable que utilice adecuadamente todos los recursos de la economía; permita ser complementario a otros sistemas y no sustitutivo; logre incrementar la riqueza de las economías, la participación de personas y la calidad de vida; aporte a la seguridad alimentaria de la población y cuide el ambiente.

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