07 de mayo de 2014

Biodiversidad: la verdadera riqueza de las regiones áridas

Científicos de 16 países determinaron que la diversidad e interacción de las especies vegetales es crucial para amortiguar los efectos del cambio climático y la desertificación en las tierras más secas del planeta.

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Un equipo de 50 investigadores de 16 países estudiaron la biodiversidad vegetal y su función en el gran esquema de la naturaleza. Según descubrieron, esa diversidad es crucial para amortiguar los efectos del cambio climático y la desertificación en las regiones más secas del planeta. Esta investigación publicada en la revista Science (Vol. 335; n.° 6065), señaló que la cantidad de especies de plantas está “directamente relacionada” con el funcionamiento del ecosistema.

“La vida en la Tierra se basa en múltiples flujos de materia y energía, canalizados por las interacciones entre innumerables formas de vida”, explicaron a la Revista RIA Donaldo Bran y Juan Gaitán, investigadores del INTA Bariloche, quienes formaron parte del equipo de trabajo. Los especialistas argentinos, indicaron que estudiaron esas complejas relaciones mediante 14 variables relacionadas con el ciclo de elementos esenciales para la vida (carbono, nitrógeno y fósforo, por ejemplo) puesto que son “buenos indicadores” del funcionamiento de los ecosistemas y de los servicios que prestan.

En este “primer estudio” a escala mundial en evaluar de forma explícita las relaciones entre funcionalidad del ecosistema y la biodiversidad bajo condiciones áridas y semiáridas, se observó que “el número de especies de plantas está directamente relacionado con el funcionamiento del ecosistema que, a su vez, se vincula con la temperatura anual en las zonas áridas”, destacaron Bran y Gaitán.

Las zonas áridas, semiáridas y subhúmedas ocupan el 41% de la superficie terrestre y mantienen a más del 38% de la población humana. Allí se encuentran el 20% de los principales centros de diversidad vegetal y más del 30% de las áreas protegidas para aves. En este sentido, los 50 investigadores advierten sobre la “elevada vulnerabilidad” de estos sistemas ante cambios ambientales y la desertificación.

Según concuerdan, “los modelos de cambio climático predicen un aumento de la temperatura media anual de cuatro grados centígrados en las zonas áridas, semiáridas y subhúmedas para fines del siglo XXI.

Nuestros resultados sugieren que ese incremento reduciría la habilidad de los ecosistemas de llevar a cabo múltiples actividades relacionadas con el ciclo del carbono, el nitrógeno y el fósforo”. Además agregan que la riqueza de especies podría disminuir y aumentar las áreas afectadas por la desertificación, hechos que afectarían negativamente la funcionalidad de los ecosistemas.

Sin embargo, estas posibilidades son inciertas, ya que la biodiversidad vegetal también podría jugar un rol importante en estos acontecimientos. “Debido a que la cantidad y calidad de los servicios ecosistémicos dependen en gran medida de la funcionalidad de esos ecosistemas, el aumento de las especies vegetales podría mejorar aquellos servicios en las zonas áridas, semiáridas y subhúmedas”, consideran los investigadores.

Así, la biodiversidad vegetal en esos particulares ambientes podría ser fundamental para mantener el carbono, el nitrógeno y el fósforo a la vez que promovería la resistencia a la desertificación al mantener la fertilidad de los suelos.

Las zonas áridas, semiáridas y subhúmedas ocupan el 41% de la superficie terrestre y mantienen a más del 38% de la población humana.

La Argentina árida

Más de la mitad del territorio argentino (51,5 por ciento) se encuentra bajo condiciones áridas, a las que habría que agregar un 27,5 por ciento de tierras que se encuentran en regiones subhúmedas y semiáridas. Para los especialistas de Bariloche, este es el motivo fundamental por el cual es necesario “conservar la biodiversidad de esas tierras y, de esta manera, asegurar el mantenimiento de la funcionalidad de sus ecosistemas”.

Debido a que este país se caracteriza por su producción agropecuaria, las tierras que se encuentran a disposición deben ser aprovechadas en forma sustentable. Según la Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación (SAyDS), “las tierras secas producen el 50 por ciento del valor de la producción agrícola y el 47 de la ganadera, y concentran aproximadamente el 30 de la población nacional. Las más importantes actividades productivas se desarrollan en los oasis de riego, que totalizan alrededor de 1,5 millones de hectáreas”. Las tierras secas concentran a la totalidad de los caprinos y camélidos del país, el 80 por ciento de los ovinos y el 40 de los bovinos.

No obstante, Bran y Gaitán destacan que tanto la Patagonia como otras regiones áridas del país “han sufrido procesos de degradación que se originan por actividades humanas como el sobrepastoreo, que interactúa con eventos climáticos, principalmente sequías”.

Asimismo, el director del Centro de Investigación en Recursos Naturales del INTA, Roberto Casas, advierte que “los ecosistemas producen servicios que resultan imprescindibles para la vida. Por eso, la transferencia de nutrientes, el control de la erosión, la preservación del hábitat y la provisión del agua dulce se ponen en peligro a causa de la intervención del hombre en estos frágiles ambientes”.

En esa línea, indica que “cuando se producen estas alteración del hábitat, se afectan las poblaciones de flora y fauna, con su consiguiente reducción o desaparición de especies” y agrega que “la ganadería ovina en la Patagonia es un claro ejemplo de una actividad que produce cambios en la vegetación y en el suelo, y que incrementa los procesos de erosión eólica y desertificación”.

En este sentido, los investigadores advierten que “es sumamente difícil cuantificar la pérdida de biodiversidad que provocan estos procesos”.