Recursos hídricos | 03 de septiembre de 2020

Planificar el uso del agua para afrontar variaciones climáticas

La compleja dinámica del recurso, sumada a su relación con el paisaje y el manejo de los suelos, hace necesario poner el foco en la gestión de las cuencas. Especialistas del INTA y del Conicet destacan la importancia conocer el agua invisible para la toma de decisiones.

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De cara a la campaña gruesa y, en un contexto de escasas precipitaciones en primavera con altas probabilidades de ocurrencia de una fase fría o La Niña hacia el verano, resulta fundamental priorizar criterios agronómicos para optimizar el uso del agua y conservarla en las distintas regiones del país.

La incertidumbre sobre la ocurrencia de lluvias pone de manifiesto no solo la necesidad de hacer un seguimiento de los pronósticos a corto plazo y de la humedad en el perfil de suelo, sino también comenzar a planificar el uso del agua tranqueras adentro y afuera.

“El agua en nuestros sistemas productivos y en los ecosistemas de nuestro país, es el elemento natural que más limitaciones presentó en los últimos años”, expresó Pablo Mercuri, director del Centro de Investigación de Recursos Naturales (CIRN) del INTA.

En esa línea, Mercuri afirmó que la variabilidad climática, con continuos extremos entre años, sumado a la intensificación productiva y a la competencia por el uso del agua generó una situación de alto estrés para el recurso, imprescindible para la producción y el bienestar de la población. “Esto se observa en áreas húmedas, semiáridas o áridas de nuestro país”, agregó.

Por esto, “el sector agropecuario, debe priorizar la gestión inteligente del agua, clave para evitar riesgos y restricciones durante las campañas, incrementando aún más su eficiencia de uso, tanto en áreas con sistemas de producción basado en riego, como en los sistemas agropecuarios en secano”, indicó Mercuri y agregó: “Para ello, es necesario promover iniciativas de investigación para conocer mejor su dinámica y disponibilidad espacio temporal tanto actual, como futura”.

La Argentina tiene una superficie de 2.78 millones de kilómetros cuadrados. Es un país extenso en superficie y con distintas regiones fisiográficas. “La dinámica del agua tiene una estrecha relación con el uso del suelo”, afirmó Miguel Taboada, director del Instituto de Suelos del INTA, quien ejemplificó: “El reemplazo de vegetación perenne en la Región Pampeana y la deforestación en el norte generaron falta de consumo de agua y ascenso generalizado de las napas freáticas”.

De acuerdo con Taboada, “eso estuvo vinculado a los episodios de inundación que hemos tenido en los años recientes”, y sumó: “Otra evidencia muy fuerte son los eventos de movimientos superficiales de agua en áreas vulnerables por su pendiente, que generaron fuertes escurrimientos y aludes, principalmente en áreas serranas, desde Salta hasta Córdoba y San Luis”.

Como recomendaciones, Taboada hizo un fuerte hincapié en que como los eventos extremos no son previsibles, la regla general es mantener los suelos cubiertos. “Las coberturas con residuos de cultivos, no solo brindan protección ante episodios muy fuertes de tormenta, sino que también controlan la salida del agua por evaporación, y es una forma de conservarla y mejorar la eficiencia de su uso”. Y agregó: “Esta es una norma que hay que seguir siempre, y mucho más en ambientes semiáridos con menos de 600 milímetros al año”.

De acuerdo con Taboada, otro aspecto que resulta fundamental es “hacer un uso del agua acorde a la capacidad que tienen los suelos”.

Mirar las cuencas

El agua se moviliza por grandes extensiones geográficas. “Estamos obligados a mirar el territorio en su conjunto”, dijo José Volante, coordinador del Programa Nacional de Recursos Naturales y Gestión Ambiental del INTA, quien señaló que “la dinámica vertical del agua es invisible, ya que es imperceptible al común de la gente y al productor agropecuario. No se visualiza”.

La dinámica vertical del agua es el proceso de evaporación, transpiración (de plantas y animales), percolación o infiltración y movimiento en el suelo. “Las acciones desarrolladas en un sitio tienen incidencia aguas abajo, por eso el manejo del agua tiene que hacerse a nivel cuenca”, expresó Volante.

En esta línea, Volante explicó que la dinámica de las napas puede causar impactos positivos o negativos, de acuerdo al manejo que se haga de ella: “Podemos tener cultivos que utilicen el agua de la napa freática, como por ejemplo el cultivo de trigo en el norte del país”. Sin embargo, si se conoce cómo se mueve o se hace un uso inapropiado en las cabeceras de cuencas, el agua de las freáticas puede producir un deterioro irreversible del suelo, como la salinización y muerte de plantas por anegamiento.

“Esta situación nos compromete a entender qué pasa fuera de nuestra finca, tanto a nivel de paisaje como de cuenca”, indicó Volante quien describió al paisaje como un espacio geográfico que involucra gente, sistemas de producción, ecosistemas naturales, y la vinculación entre ellos. Por esto, “la complejidad del sistema hídrico depende del movimiento vertical del agua y de su flujo horizontal –los escurrimientos–”, agregó. 

El coordinador del INTA remarcó: “Es necesario conocer la dinámica del ‘agua invisible’”. Para eso es fundamental saber cómo se mueve el agua actual y de años anteriores, “porque la que se encuentra hoy en el suelo, es el resultado de la evapotranspiracion y la percolación de los últimos años”, explicó.

Asimismo, Volante también hizo referencia a conocer a qué cuenca pertenece un lote determinado para poder definir cuáles son los manejos del entorno.

Para esto, el INTA cuenta con un proyecto de napas freáticas y otro de manejo integrado de cuencas, cuyo objetivo es brindar información para la toma de decisiones. Los temas abordados por el Programa de Recursos Naturales, tienen que ver con estas situaciones que influyen a escala local, pero tienen una dinámica en el tiempo y en el territorio que exceden la visualización simple, donde la suma de acciones puntuales logra modificaciones a escalas territoriales y producen grandes consecuencias a largo plazo.

El agua, ¿un recurso en crisis?

“En la Argentina, los sistemas agrícolas están orientados a un único cultivo al año, con siembra directa. Si bien tienen un montón de virtudes, como la posibilidad de bajar el riesgo de déficit hídrico, hay una parte del agua que ingresa a los sistemas que no se está usando”, analizó Esteban Jobbágy, investigador superior del Conicet.

En el marco de un webinar que reunió a destacados especialistas nacionales e internacionales en el tema agua, Jobbágy expresó que “el modo de producción pampeano, que hoy se expande hacia la gran llanura chaqueña, posee un target de uso de agua de lluvia, lo que llamamos agua verde, bajo. Y eso nos ha llevado, en las últimas décadas, a un fenómeno de inundaciones y excesos cíclicos cada vez más grandes”.

“Una parte del agua está sujeta a una incertidumbre enorme. Es el agua que está por venir cuando sembramos”, expresó Jobbágy y añadió: “Pero hay otra parte del agua que está decidida de antemano y es el agua del suelo y de las napas. Ahí tenemos un factor de reducción del riesgo muy interesante que todavía no estamos explotando al máximo”.

En línea con los demás especialistas, Jobbágy expresó que “llegamos a este sistema de una agricultura de bajo riesgo y bajo target de productividad por nuestra preocupación de que falte agua, vamos a salir de esa situación, que hoy es crítica, aprendiendo a ser más oportunistas e ingeniosos usando el agua”. Y agregó: “podemos bajar el riesgo a otros sistemas usando más agua, si monitoreamos mejor el agua que está antes de la siembra en los suelos.”.

El encuentro virtual AGUA, ¿UN RECURSO EN CRISIS?, que se realizó el 19 de agosto, como un espacio de reflexión en el marco del ciclo Aportes para responder a temas complejos y desafiantes del sector productivo contó con la participación de Pablo Spalletti, presidente del Instituto Nacional del Agua, Luis Loyola, especialista en recursos hídricos y riego de la FAO, Walter Baethgen, director de Investigaciones Regionales del IRI, Universidad de Columbia –Estados Unidos–, y Esteban Jobbágy, investigador superior del Conicet.