13 de diciembre de 2010

Energía para el siglo XXI

El nuevo milenio trajo un gran desafío: diversificar las fuentes de energía de manera sustentable. La Argentina posee las condiciones para producir y exportar la biomasa que demandará el mundo.

Las energías renovables constituyen la industria con mayor crecimiento del mundo, con una tasa media del 64% para los últimos cinco años e inversiones estimadas, para 2020, en 500 millones de dólares. Para la región latinoamericana, el ritmo de crecimiento es mucho más abrumador: 145% anual en el mismo período, casi el triple. Estos datos de la consultora londinense New Energy Finance se complementan con otros de WWF-Netherlands, que anticipan el podio de las mayores industrias en los próximos diez años: automotriz, electrónica y energías renovables.

Mientras la comunidad europea apela a las importaciones para cubrir un elevado porcentaje de sus necesidades energéticas, que alcanzaría el 90% en las próximas tres décadas, la Argentina cuenta con todas las condiciones para convertirse en un actor fundamental entre los productores y exportadores de energías limpias a escala global.

“Diversos factores económicos y geopolíticos han reactivado el interés en obtener biocombustibles a partir de recursos renovables”, expresó Daniel Grasso, coordinador del proyecto específico Desarrollo y generación de biocombustibles de segunda y tercera generación del INTA. De hecho, el país con mayores emisiones de gases de efecto invernadero, China, asumió disminuir un 45% su consumo de combustibles fósiles durante la conferencia sobre cambio climática de Copenhague, lo cual abrió nuevas perspectivas de mercado con el gigante asiático.

Por su parte, las metas europeas son exigentes: desde 2010, establecieron que el 21% de la electricidad debe provenir de fuentes renovables, buscan reducir su dependencia de combustibles fósiles y continúan instalando plantas a pesar de que la producción de biodiesel funciona a la mitad de su capacidad –en parte por la escasez regional de materia prima–. En este contexto, países latinoamericanos y en especial la Argentina y Brasil se consolidan cada vez más como grandes exportadores listos para abastecer la demanda mundial.

“La Argentina ha desarrollado una industria de biodiesel fuerte y extremadamente eficiente”, afirmó el presidente Carlos St. James, presidente de la Cámara Argentina de Energías Renovables (CADER), aunque también reconoció “retos” en materia fiscal. Además, St. James expresó que la nación “tiene ventajas competitivas naturales como pocos países del mundo debido a la riqueza de sus suelos, el uso de métodos de siembra directa y el clustering de la industria sobre el Río Paraná”.

Los avances tecnológicos alcanzados en las ciencias biológicas y la bioingeniería, indicó Grasso, permiten “ver con optimismo la posibilidad de obtener el pleno potencial de la biomasa en el área de combustibles líquidos en los próximos 10-15 años”. El especialista explicó también que actualmente “se dispone de una importante plataforma tecnológica basada en los nuevos enfoques de la biología –determinada por la revolución genómica–, una capacidad de transferencia de genes sin precedentes y la posibilidad de modular la expresión de los genes que son fundamentales para superar obstáculos en la producción de biocombustibles rentables a partir de biomasa celulósica”.

En este sentido, profesionales de los institutos de Suelos, Biotecnología y Patobiología del INTA Castelar –Buenos Aires– enfocan sus investigaciones en el desarrollo de enzimas celulolíticas para que la producción de bioetanol lignocelulósico sea económicamente competitiva y sustentable.

Diversificar las fuentes

Para el coordinador del Programa Nacional de Bioenergía del INTA, Jorge Hilbert, “la humanidad se ve enfrentada con un cambio de paradigma que radica en la diversificación de las fuentes de energía, juntamente con una preocupación creciente por los aspectos ambientales. El futuro energético es un abanico de distintas tecnologías”.

En ese marco y para un aprovechamiento total de la biomasa con fines energéticos, “el INTA propone contribuir a un abordaje integral a partir de una visión compartida sobre metas sostenibles de producción y exportación para el sector agropecuario y agroindustrial”, explicó Hilbert, para quien “el uso racional de la energía sigue siendo la mejor opción”.

El programa se ofrece como ámbito en el cual consensuar y articular estrategias e iniciativas que coordinen actividades públicas y privadas para lograr un sostenido crecimiento de la cadena de la bioenergía. En este campo, la institución posee un largo historial que tiene como punto de partida la década del 80, cuando se iniciaron las primeras acciones de investigación y desarrollo del aprovechamiento y generación de biogás a partir de residuos animales.

Asimismo, Hilbert se refirió a la importancia creciente que adquirieron los biocombustibles líquidos en los últimos años y a escala global, con una particular participación en el sector del transporte. La estimación actual de la contribución mundial es del 2% del consumo, con 10% de biodiesel y 90% de etanol. “Esta difusión responde a factores económicos, ambientales y políticos, dado que su uso reduce los niveles de contaminación”, indicó.

En esta línea, de acuerdo con el coordinador, “el biodiesel de soja representa un ahorro de hasta el 82% de gases de efecto invernadero”. Además, entre los beneficios obtenidos, destacó que el uso de aceites vegetales para la elaboración de combustibles no altera el equilibrio de dióxido de carbono y no posee presencia de azufre.

“Trabajamos en la factibilidad de los distintos cultivos tradicionales –soja, maíz y girasol– como sistema bioenergético e investigamos las potencialidades en productos nuevos como colza, remolacha azucarera y topinambur”, explicó Lidia Donato, coordinadora del proyecto Residuos y Cultivos Agrícolas para la Producción de Bioenergía, del INTA Castelar.