21 de diciembre de 2015

Cómo reducir el riesgo de desastres

En el último número del año, la revista RIA destaca el rol de las instituciones para minimizar el impacto de los fenómenos meteorológicos. Además, junto con un grupo de especialistas, analiza el problema de las malezas en todo el país.

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¿Atender de las consecuencias o gestionar el riesgo de los desastres climáticos? Según los especialistas, para actuar es necesario conocer anticipadamente los índices de amenazas y de vulnerabilidad de las regiones para minimizar el impacto de los eventos meteorológicos extremos. Este será el tema central del nuevo número de la Revista de Investigaciones Agropecuarias del INTA (Vol. 41 N.º 3).

Los efectos negativos del cambio climático demandan un nuevo paradigma que equilibre al desarrollo productivo con la naturaleza y, en este proceso, ir más allá de la demanda coyuntural y enfocarse en la gestión del riesgo.

“Resulta imprescindible dar un paso más allá del abordaje coyuntural que demanda un desastre una vez ocurrido, para enfocarse en la gestión del riesgo. Esto implica replantearnos el desarrollo y promover la resiliencia para minimizar las consecuencias de las amenazas naturales”, explicó Ricardo Mena, jefe de la Oficina Regional Las Américas de las Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de Desastres (UNISDR).

A escala global la cifras ascienden a 314 mil millones de dólares al año como resultado de los desastres por amenazas naturales ocasionados, tanto por eventos intensivos –de baja recurrencia y de grandes impactos individuales– como extensivos –manifestaciones constantes de riesgo–. De estos últimos, el 90 % son desencadenados por pequeños y medianos eventos vinculados con fenómenos hidrometeorológicos.

El planeta se enfrenta a una tendencia creciente de pérdidas económicas asociadas a los desastres, tanto en el sector público como en el privado. Anticiparse a los hechos es fundamental y para ello se requiere conocer los índices de amenazas y de vulnerabilidad de las regiones.

En esta línea, Gabriel Delgado, ex secretario Agricultura, Ganadería y Pesca de la Nación, y Verónica Piñero, coordinadora nacional del programa Prohuerta del INTA, reconocen el impacto del cambio climático en la agricultura y sus efectos en la población.

Al respecto, Delgado señaló que “la producción agropecuaria está subordinada al clima” y resulta esencial “repensar y diseñar, de manera inteligente e inclusiva, planes de adaptación al cambio climático para reducir su vulnerabilidad”.

Según Piñero, el Prohuerta realiza “un arduo trabajo de concientización –en especial de las futuras generaciones– sobre el cuidado ambiental para tener una agricultura sustentable, mediante el respeto de los suelos y el ambiente para no incrementar los daños ya causados al planeta”.

Luego de 25 años, desde el Programa “tenemos la experiencia en el territorio para organizarnos rápidamente para dar respuesta a las demandas de los productores familiares afectados por cualquier evento extremo”, destacó Piñero.

“La agricultura familiar es una actividad fuertemente impactada por el cambio climático”, aseguró Edith S. de Obschatko, especialista en Políticas del Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA).

 

El foco puesto en las malezas

Representan uno de los principales problemas en los lotes e interfieren en la cosecha de los cultivos, lo que implica pérdidas de hasta 1.300 millones de dólares por año. Frente a este escenario, las malezas son el desafío para el agro que viene y, para ello, especialistas recomiendan estrategias para su control: monitoreo permanente, planificación y rotación de cultivos.

Las estrategias para su control y el uso de las tecnologías, si bien significaron un salto cualitativo para el control, con el paso del tiempo y la no modificación de algunas prácticas, dejaron de funcionar y aparecieron especies resistentes al control químico, lo que preocupa cada vez más a los productores agropecuarios. Y no solo por el costo económico de su control, sino también por la frecuencia de su aparición.

Por tal motivo, el manejo y control se convirtió en una de las principales preocupaciones de los productores y, junto a los investigadores, coinciden en la necesidad del monitoreo permanente de los lotes y la planificación para actuar a tiempo y evitar que se agrave el problema pero, principalmente, identificar los factores que acentúan la problemática.

Trabajos enfocados en este problema en el sudeste bonaerense, con cultivos bajo siembra convencional y sin control de malezas, mostraron reducciones promedio en los rindes de 76 por ciento en soja, 65 por ciento en maíz y hasta 38 por ciento en girasol, si no se las controla.

En ese orden, la magnitud de las pérdidas varía respecto del cultivo seleccionado así como el sistema de labranza, las condiciones edafoclimáticas y las especies de malezas. Asimismo, desde 2010 hasta la fecha, la Red de Conocimiento en Malezas Resistentes (REM), coordinada por Aapresid, confirmó la resistencia y el alerta rojo de 16 especies de malezas.

 

Resistencia y tolerancia

La aparición de malezas resistentes y tolerantes es una de las consecuencias que provoca el empleo rutinario de unos pocos herbicidas. Para los investigadores este tipo de esquemas consolida un modelo productivo de corto plazo, con escasas rotaciones y una alta dependencia a insumos externos.

En tal sentido, nuevas oportunidades y desarrollos pueden surgir a partir del potencial que aportan el mejoramiento genético y la biotecnología para lograr avances en el control de malezas. Pese a que en el país el panorama es alentador, las investigaciones se encuentran en una instancia que requiere tiempo e inversiones, por lo que es necesario la intervención del sector público como impulsor del conocimiento.

Las malezas ponen de relieve la importancia de transformar las prácticas agronómicas, donde los especialistas reconocen que la aplicación de los principios del Manejo Integrado de Malezas (MIM) permite producir y, al mismo tiempo, asegurar la sustentabilidad del agroecosistema.

La tolerancia proviene -en gran medida- de áreas sin cultivo o del barbecho, están adaptadas al no laboreo, no son bien controladas en esa etapa, prolongan su ciclo en el cultivo y, en general, escapan a la receta clásica que se utiliza en reemplazo al arado. Al respecto, las estimaciones realizadas en la zona central y núcleo sojera permitieron identificaron más de 40 especies consideradas tolerantes o de difícil control en sistemas de siembra directa.

En tanto, las especies resistentes no responden a los herbicidas con los que normalmente se las controlaban y la evolución se presente en el genotipo, producto de una presión de selección basada en un solo factor, que es el herbicida contra el cual se generó resistencia, indican los especialistas.